Por: Valentin Medrano Peña
“Y heme aquí! en esta dicotomía existencial. En este vaivén de emociones. Deseoso de una justicia plena, que cada quien reciba lo que merece. Y humanamente afectado por el festín y disfrute que mis congéneres exhiben por el mal ajeno, por la asolada de la prisión para su prójimo”. (Twit).
No puedo dejar de pensar en un lobo feroz, hocico babeante, colmillos filosos y desafiantes, ojos clavados en el prospecto de presa. Hostil, hambriento, voraz, mortal, implacable, sin piedad, presto a regodearse en su asesinato próximo, uno más. Sus patas traseras firmes, su postura ligeramente encorvada hacia delante. La fuerza de sus patas aseguran un movimiento ágil y veloz, la presa será asesinada antes de darse cuenta, quizá sea indoloro pero es imposible pensar que así sea.
Esa escena repetitiva. Con dos perspectivas, la expectativa de satisfacción de un asesino consumado por un lado, y el miedo atroz de la víctima sorprendida por el asecho de su asesino natural. Satisfacción y miedo, horror y ansias, terror y orgullo, solo me remonta a la crucifixión del Cristo, el júbilo de la muchedumbre expectante por el asesinato que tendrá lugar, las hordas victoriosas y sus vítores a los captores y hacedores del espectáculo deprimente pero anhelado. Hombres, mujeres y niños que se gozan en el sufrimiento del azotado, en cada golpe, en cada acto salvaje, en cada gota de sudor, en su dolor, el sadismo es contagiante y produce una satisfacción similar a la del acto salvaje del lobo asesino. Y del otro lado el hijo de Dios encarnado, muy humano como para sentir el dolor, muy humano para no entender como humano ese proceder, muy humano para sentir piedad por los que no sienten piedad, demasiado humano como para no poder resistir más y aún así pagar el precio de una culpa inexistente para seguir poniendo distancia entre el hombre-lobo y el hombre-humano.
Miles de años después volvemos al lobo, nos alejamos de Cristo. Nos regodeamos en el sufrir ajeno, amamos el daño en aquellos, que antes hicieron tanto bien, bajo la excusa de que produjeron un daño. La moneda del César ha superado en el hombre de hoy al don de Dios. Lejos de sentir pena por el proceder descarriado que merece una sanción, lejos de lamentar el apartamiento de las reglas sociales, abrazamos el látigo, amamos ver sufrir a sus nietos e hijos momentáneamente en orfandad, queremos enrostrarles sus discursos hoy traicionados, odiamos su imagen, lo que representa, en nuestros ojos está la misma mirada del lobo hambriento que nació sin conciencia y sin Dios, y través de ellos vemos a ese ser despreciable, y lo tildamos de salvaje, de transgresor, de criminal, y sentimos la necesidad de lincharlo y pasar la página e ir a la iglesia y recibir la ostia redentora para sentir que caminamos sin dudar a la vida eterna prometida a los buenos.
Auuuuuuu qué bien se siente’!; ‘cuánto disfrutamos el sufrir de este malvado’, ‘no deparó en todo el daño que hacía’, Auuuuuuuuu, es el momento de hacer justicia!, Auuuuuuuu casco, chaleco, contingente policial, barrotes, discursos y narrativas que fijan en las mentes neocristianas los hechos y los males causados!, Auuuuuuuu el juez debe imponer prisión, jejejeje, prisión, prisión, prisión, condenadle, condenadle, condenadle.
Y amanece y la luna llena se esconde y despertamos rodeados con sangre en la boca, no es piorrea, es el resultado de nuestra caza cotidiana, de nuestros asesinatos impunes, naturales, instintivo, de nuestro retorno al lobo estepario, de la creación de la evolución sin inteligencia artificial donde aflora lo que somos, lobos del hombre y no hombres lobos ni hombres -hombres.
“Homo hominis lupus”.
***El autor, Lic. Valentín Medrano Peña, es miembro del Instituto Dominicano de Derecho Penal.












Deja una respuesta